DONALD DESECADENADO:
Acabo de escuchar algo que me ha helado la sangre. Y no es una metáfora, es que he notado el escalofrío en el cuerpo hasta que el sistema de defensa ha logrado regularizarme. Parte uno, la buena, Donald Trump ha perdido casi diez puntos de popularidad desde su regreso a la Casa Blanca. Ni bien, ni mal, normal. Es lo que suele pasar con los tibios que se arriman a lo radical, que reculan bien pronto. Parte dos, la mala: Donald Trump no puede ser reelegido, por lo que las encuentras le traen al fresco, vamos, que se le deslizan por el desfiladero de Pancorbo sin alterarle el gesto. Y eso es malo, muy malo porque ¿quién le pone límite a este ególatra desmedido? ¿A quién va a rendir cuentas? O los "jerifantes" de la pasta se dan cuenta de que este tipo nos va a llevar a todos a la ruina (en varios sentidos) y le paran el flequillo, o el mundo va a entrar, en barrena, en un pantanoso devenir. Porque solo la pérdida de la pleitesía de los ricos parece inquietar a este personaje, caricatura dolosa de sí mismo. Los grandes magnates son algo más que gente rica, son ricos que dependen de la economía y que sobreviven creciendo, así que seguro que acaban echando cuentas y viendo que Trump no es rentable más que para sí mismo. Y poco. Esa es, al menos, la única esperanza que me queda, esa y que cuatro años se pasen rápido y sin dejar mucha costra.
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