26 de junio de 2023

 EMPATÍA: 

Salía del médico. Es cosa de la edad, en este mes he visto a la doctora más que a mi madre. Delante de mi iba una mujer. Rubia, más bien alta, vestido largo de verano, caminar dubitativo, entre los 50 y los 60, que las mujeres que se cuidan hacen muy difícil el cálculo. Cuando la rebasé me dio la impresión de que lloraba. Esa impresión la corroboré mientras me alejaba de ella. Llevaba papeles en la mano, salía del médico...Pero no lo pensé, la verdad. No puse la maquinaria del lóbulo frontal a carburar haciendo cálculos con la información que, a toro pasado, os estoy dando. No. Es algo que sale. Un gesto instintivo que, creo, es la clave de que seamos la especie más terca con la subsistencia que ha habido jamás en la tierra. Tiene nombre. Así que me di la vuelta y pregunté sin esperar una respuesta porque la sabía.

- ¿Se encuentra usted bien?- estudié EGB, así que sigo usando el usted con los desconocidos. Ella me miró con la misma cara que hizo Elliot cuando se encontró a ET. En ese momento, para ella, lo era. Tardó unos segundos en contestar. 

- Si, si, tranquilo- miré los papeles. La miré a ella. Creo que tardó en perder la desconfianza, como si en mi pregunta hubiera truco. Los dos fuimos conscientes de la información era evidente. Entonces se sinceró.- Bueno, no, no estoy bien...- y volvió el silencio. 

- Ya...pero me da la impresión de que no puedo hacer mucho para ayudarla.- otra vez miré los papeles. Ahora no quería decir nada con la mirada, pero no siempre controlo mis gestos. 

- No, la verdad es que no, pero te lo agradezco. 

- Bueno, si puedo ayudarla en algo, dígamelo.- Sonrió. Tampoco podía hacer mucho más, así que seguí caminando hacia mi casa con la impresión de que, pese a estar mal, aquella mujer estaba un poquito mejor después de mi pregunta. Unos 50 metros me quedaban de esa calle, luego enfilé otra y unos 200, 300 metros más abajo empecé a escuchar gritos. Plena canícula, caminaba solo, así que al tercer ¡hola! gritado entendí que era yo el interpelado. Me giré. Allí estaba la mujer, ahora con un caminar más decidido, pidiéndome que esperara. 

- Perdona - me dijo cuando me alcanzó- es que me ha descolocado tanto tu interés. ¿Por qué me has preguntado si me encontraba bien?

- Bueno- la verdad es que no sabía como explicarlo, porque lo que no requiere explicación es más complejo ponerlo en palabras sin ser reiterativo- pues he pasado a su lado y lloraba, tenía que preguntarle. 

- Ya, pero es que no es normal. Es que me ha abrumado que te interesaras por mí- se apoyó en la pared, llevándose la mano al pecho en ese gesto tan ancestral- una no está acostumbrada a que un desconocido se interese en la calle...

- Ya, es la empatía, si se tiene, se tiene.

- Pues te lo agradezco mucho, me has emocionado ¿cómo te llamas?

- Antonio - no siempre encuentro fuerzas o merece la pena explicar que mejor Larrey...

- Pues Antonio, muchas gracias ¿quieres que te invite a un café?

- No, tranquila, de verdad, no hace falta. 

- Pues gracias- me dio la mano, y nos la dimos de una forma cariñosa, demorando el contacto. Lo sé, hubiera sido mejor un abrazo, pero en estos tiempos que corren, con la pandemia de por medio, digamos que cuesta más. Nos despedimos así y le deseé suerte. 

Aunque no lo parezca, no me siento orgulloso. Porque uno solo puede sentirse orgulloso de lo que cuesta trabajo y lleva implícito un esfuerzo personal. Pues de mi empatía, como del color de mis ojos, no puedo sentirme orgulloso, porque vienen de serie. Me siento feliz, eso sí, de tenerla. 

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