19 de diciembre de 2022

 EUFORIA CONTAGIOSA:



Que sí, que hoy tengo que trabajar. El alquiler hay que pagarlo. Hacer la compra, mirar de reojo a tus hijos revoloteando a lomos de su creciente libertad. El coche a lo mejor decide arrancar o no. Una puerta que no cierra, un amigo enfermo...la vida, que sigue. Sí. Pero no lo puedo evitar, No paro de escuchar en la radio momentos de euforia y de emoción de aficionados argentinos, y se me pega. No soy argentino, no tengo devoción por un Messi al que ya nadie va a poder negarle la grandeza, pero me dan ganas de llorar cuando veo a un niño abrazado a su padre, ambos sin poder contener las lágrimas, quizá el padre incapaz de controlar las suyas viendo la emoción de su hijo. Las euforias colectivas de este tipo, sobre todo con una pelotita rodando, me van directas a la patata. Imagino que mi pasado canchero, de barrio, de porterías con mochilas, de sábados a las nueve de la mañana con un frío helador y un campo embarrado, calaron para siempre. O simplemente empatía. O un yo estuve allí, doce años atrás, gracias a Iniesta de mi vida...

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