6 de mayo de 2013

LA PENA

Aprovechando unos días de vacaciones se me ocurrió, para estimular a los dos niños más mayores del grupo (entre ellos mi hijo), invitarles a hacer un corto. Al estilo Trastero de la imaginación: mucho idem y toma única. El entorno de la Vera cacereña, más verde que nunca, no podía ser más apropiado. No sé si me dejé llevar, fue un error de cálculo o que no se me ocurrió otra cosa, pero terminé utilizando a los pequeños, que estaban encantados, para hacer una película más bien para mayores. No había guiños a la infancia, ni golpes, caídas o chistes o chanzas para lograr su sonrisa. El corto es más bien apocalíptico. El resultado, teniendo en cuenta los precedentes trasteriles y mis medios para la postproducción, son bastante dignos. Ayer, cuando la terminé, hicimos la premier en familia. Mi hijo mayor estaba encantado de ver el resultado de su trabajo, de su improvisación. En cambio, el pequeño, no dijo nada durante los apenas seis minutos que dura el corto. Al terminar, se abrazó a mí con fuerza y me dijo: ¿por qué has hecho una película más triste? Y otra pregunta que, por no desvelar el contenido de la película, me reservo. Había sentido como suyo el sufrimiento de su hermano. Aun sabiendo que era una película, que yo había creado eso, era incapaz de aislarse de la sensación de angustia objetiva que desprendía la película. No sólo la había entendido sino que la estaba fagocitando con una empatía adulta. Le prometí que la próxima vez haría una comedia y ellos, los más pequeños, los hermanos de los hoy protagonistas, sería los reyes para hacernos a todos reír. Durante el día, en varias ocasiones, me repitió las mismas pregutas, como si esperara que entre una y otra hubiera tenido tiempo, por arte de magia, de cambiar el contenido del corto. Creo que esa empatía es la que nos falta a todos hoy en día, sobre todo a los que estamos a este lado, el lado de los que pese a todo, nos siguen yendo las cosas medianamente bien. Si hiciéramos nuestros sus problemas otro gallo nos cantaría. Si pudiera encapsularía la sobreempatía de mi pequeño y la inyectaba a bombazos en el Congreso. Lo dicho, otro gallo nos cantaría.

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