Es genial ahora ver a los generosos empresarios que le pusieron un yate al Rey reclamando su inversión. Que no, amigos, que esto no era una donación, que era un préstamo a Su Graciosa Majestad. Con la que está cayendo la verdad es que es algo anecdótico, y por mi que se lo pongan en la puerta de sus mansiones, pero a ser posible tirado desde un par de helicópteros. Pero dan ganas de decir, se siente, santa Rita, lo que se da no se quita, y haberlo pensado antes. Ahora esto es patrimonio de todos los españoles y si queremos convertirlo en un chiringuito de playa y ponerlo en Gandía, pues te jodes. Lo suyo sería alquilarlo y con ese dinero invertir en infraestructuras en todas las ciudades donde el Fortuna fondeó por la cara (por su graciosa cara). Esto no lo sabe mucha gente, pero amén de mi histórico republicanismo, tengo un odio especial a los yates reales. Mientras estuve en la mili fondeó una semana su predecesor en nuestra base. Tres veces al día los buceadores nos teníamos que meter para revisar que no hubieran puesto algún artefacto explosivo. Y yo, mientras pasaba por debajo de la quilla, me decía a mí mismo y si lo hay ¿qué hago?¿lo desactivo?¿salgo cagando leches?¿digo algo o me lo callo? Tenéis que entenderlo, obligado a cumplir con la patria, republicano y limpiándole el culo a la monarquía. Para mear y no echar gota. La historia del dichoso barquito no es más que una esquela esperpéntica del sinsentido monárquico. El servilismo y el patriotismo de pastel de los que arriman el ascua a la corona mientras se pueda estar calentito. Durante un tiempo tuve una ilusión, diría que casi un sueño, Don Felipe, nuestro heredero, era maricón, homosexual para los ilustrados, y se enamoraba de un marchante noruego y abdicaba por amor. Después llegó la Leti y me desperté. Ahora la pesadilla sigue, tengamos o no yate desde el que vomitar. Que mala fortuna la nuestra...
28 de mayo de 2013
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