10 de mayo de 2013

BIEN, VA BIEN

Hace poco me escribía con el poeta de guardia (Rafa) para ver que tal andaban las cosas por allá y él se interesó por cómo andaban por la capital y por mi vida. Y dije que bien, que la verdad es que muy bien. A mi empresa todavía no le ha afectado la crisis, y lo que es todavía más extraño, no tengo familiares directos o amigos muy cercanos en paro. Admití que me sentía culpable. Y es verdad. Lo digo con la boca pequeña, como si no me fuera permitido sentirme feliz porque todo va bien. Es esta maldita empatía, reducto de humanismo que nos queda a muchos de los que no subimos nunca las escalinatas del Congreso. Y sé que tanto yo como a otros muchos las cosas nos van bien por esa dosis de suerte que se necesita en un naufragio, pero también por haber sabido nadar y guardar la ropa cuando tanta gente se bañaba alegremente en pelotas en la burbuja. He luchado con uñas y dientes por lo que tengo y aun así, no puedo sentirme orgulloso. Decir que sigo en la misma empresa camino de los diez años, que me siento valorado y que hace años que no planea sobre mí y los míos la sombra del paro, me hace sentir culpable. No lo puedo evitar. Es como si pensara que estoy presumiendo de un descapotable ante quien va descalzo. Y no tengo la culpa, lo sé. Pero no hay forma de que no agache la cabeza y a la pregunta de qué tal van las cosas, responda con un escueto bien, van bien.

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