7 de noviembre de 2012

LAS NIÑAS DE MARTE

No recuerdo el momento exacto en el que esos seres que eran como nosotros, pero con nombres tan raros como Carla, Alicia o Carolina, salieron disparados camino de Marte para no volver jamás. Cuentan las malas lenguas que les salieron dos protuberancias a modo de propulsores y  que con sus incipientes caderas surcaron el cielo para alejarse de los Manolos, Antonios y Albertos. Después pasaron a ser entes tan distantes como atrayentes, tan incomprensibles como deseados. Dejaron de jugar al rescate sin darnos explicaciones. Pero antes de que quisiéramos darnos cuenta andábamos correteando detrás de ellas sin entender por qué nos importaban tanto si no nos importaban nada. Ni sabían colarla de tres. Ni la metían con rosca. Ni bailaban la peonza. Ni se peleaban como nosotros ¿por qué nos paralizaban tanto? Después, camino de una madurez de la que recelo ahora, nos dimos cuenta de que en Marte estaba lo que más nos gustaba, y nos disfrazábamos de astronautas, con poemas y todo, para tratar de acercarnos. Pero si tu ingenio no se superponía a la superficie de tus granos lo más lógico era que volvieras de la expedición intergaláctica a lomos del Rosco XIII. Hasta que un día, sin haberlo hecho mejor que cualquier otro, tu nave Amante Primerizo aterrizaba sobre una mejilla, después sobre unos labios, luego sobre un sobre un escote, y sobre…y entonces ya nada volvía a ser igual. Y fue cuando dejó de interesarnos el rescate, los cromos, la peonza, y en casos de extrema gravedad hasta el fútbol y los amigos. Todos nos convertimos en eternos aprendices de astronauta. Unos con más fortuna que otros. Fueron momentos tan duros como apasionantes, abonados a las calabazas, sí, pero también a las sorpresas inesperadas. Y como no había facebook, ni redes sociales sobre las que dejar caer tu proeza, había que esperar a la mañana siguiente para bajar al barrio con la cara de pillo y dar una rueda de prensa en el muro de siempre, ¿a qué no sabes en qué planeta aterricé anoche? En mi caso, una tarde de Reyes, cuando creía estar en una expedición rutinaria, me encontré en el planeta más hermoso de todos. Ingenuo me adentré en sus rizos oscuros sin saber que aquel primer beso sería la pista de despegue de nuestros futuros satélites. Que tiempos…

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