Mira que le tengo manía al coche. Pues cada vez que voy a pasar la ITV tengo la misma sensación. Vuelvo a los pasillos de la facultad, incluso a los del instituto, o lo que es peor, a los del colegio, cuando don Alfredo nos iba a poner el examen de natu y yo, que aunque ya sabía que algo había en ellas que me volvía loco, no entendía muy bien lo de la función reproductora y confundía corolas con pistilos. Lo llevo como de la mano, y esperamos ahí, como corderitos en el matadero, a que unas máquinas del infierno nos digan si somos válidos, porque sí, pese a que me ha hecho íntimo del del taller, pese a la infinidad de tontadas que me han hecho perder tiempo y dinero, porque tengo un coche que es como un adolescente, que corre mucho, sí, pero que tiene la cabeza llena de tonterías; pese a todo eso, digo, cuando estoy camino de la ITV me siento parte de él, vamos, que si lo rechazan me están rechazando a mí. Hace dos años fue una luz antiniebla, que le decía yo, tranquilo, hombre, no pasará nada, hay coches que no tienen ¿qué más da que la tuya esté fundida? Pues no, no daba igual. Este año, en cambio, hemos tenido suerte. Un tipo entrado en carnes, con más desgana que sobrepeso, entró, salíó, nos aceleró, nos frenó, nos miró los malos humos...y yo le dije, después de un día de huelga y viendo el telediario esta mañana, si me pones a mí el cacharro ese para los malos humos ¡te lo reviento! El caso es que mi coche y yo estamos aptos para comernos los atascos con seguridad. Y lo celebramos con un par de acelerones por la NI. Pero duró poco el idilio, a los diez o doce kilómetros ya estábamos otra vez como Rasca y Pica...hasta dentro de dos años.
16 de noviembre de 2012
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