12 de septiembre de 2023

 ¡GRACIAS!:

Cada vez que voy al centro de salud o más recientemente al hospital, tengo la misma tentación. Me puede la vergüenza, porque soy un vergonzoso recalcitrante en eterna terapia de rehabilitación voluntaria. Pero me encantaría perder esa timidez y darles las gracias. Sí, las gracias, porque yo no me olvido. Mi pareja me dice que nuestra forma de ser invita a que las personas sean amables con nosotros (esa va a ser, espero, la herencia que dejemos a nuestros hijos) pero siempre, y no es un eufemismo, que voy a centro médico, solo encuentro educación, simpatía, profesionalidad. A mediados del verano fui a quitarme unos tapones de cera de los oídos y han puesto en marcha una revisión general. La enfermera vio mi edad, me remitió a la doctora, ésta me pidió análisis de todo tipo, con los resultados, algunos que no ha terminado de gustarle, me pidió cita en el hospital para una revisión más seria. Y en el hospital, más de lo mismo, una doctora que me cosió a preguntas, con interés sincero, y que siguió la línea abierta por mi doctora: una revisión y puesta a punto en condiciones. Estoy seguro de que los datos de mi analítica podía haberles permitido, protocolo en mano, mandarme a casa con cuatro consejos sobre alimentación y cuidados generales. No lo hicieron. Y digo que no me olvido, porque no es por esto que les daría gracias, que también (de hecho, lo hago en persona) sino por su heroicidad durante la pandemia. De verdad, no aplaudo a las ocho, pero no me olvido. Sobre todo cuando vuelvo a cruzarme con la diligencia en bata blanca. 



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