Mi padre, como buen heredero del tardofranquismo, me contaba historias de El Cid para tratar de inocularme un sentimiento patriótico que a mí, curiosamente, sólo me despertaban personas como Arconada o Satrústegui, pura ironía futbolera. Una de sus favoritas era aquella de que en una batalla, ya muerto, sus soldados dicieron ensillar a Babieca con el cuerpo sin vida de su único dueño, con la sóla intención de asustar al enemigo, que daba por muerto a Rodrigo. Acabo de escuchar en la radio que el gobierno, o lo que sea que hay ahora en la enlutada Venezuela, ha decidido embalsamar el cuerpo del recientemente fallecido Chávez. Su intención es exhibirlo después en el museo de la revolución, una versión ultrarealista pues de una figura de cera. No es el primer líder recauchutado para siempre y expuesto como un trofeo. Los soldados de El Cid lo hicieron para que su figura siguiera infundiendo miedo al enemigo una vez muerto. Como todo sistema populista, muerto el actor que lo representa, el reparto entra en pánico al imaginarse fuera de la escena. No hay Babieca en Venezuela, pero sí que tienen su Cid particular, y a él van a aferrarse con la esperanza de que su sombra embalsamada mantenga la gallina de los huevos de oro. Conviene recordarle a esta gente que son otros tiempos y que ya no hay enemigos como Yusuf, sino el paro, la corrupción, la delincuencia...y con estos enemigos poco puede hacer El Cid muerto sobre su caballo y menos Chávez en una urna de cristal. El tiempo pudre la memoria más rápido que la carcoma. Pero la sombra del líder es lo último que se pierde...
8 de marzo de 2013
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