Recuerdo que hace nueve años todo eran embarazadas. Mirara por dónde mirara no hacía más que encontrarme mujeres invadidas por una dulce vida latente. Las había de todos los colores (y supongo que de sabores) altas, bajitas, rubias, morenas...Pensaba que tenía una especie de imán, que las atraía o algo así. O que yo gozaba de una extraordinaria capacidad para encontrarlas, como si fuera una especie de Indiana Jones y mi Santo Grial una mujer en cinta. Después me di cuenta de que no, que lo mío era los carritos de bebé. Era salir con el mío a la calle y encontrarme con decenas de padres y madres llevando de paseo a sus pequeños. Pensé en esto ayer, justo cuando mi coche me avisó de que había algún tipo de fallo de iluminación. Así que imaginé que iba medio tuerto, y entonces empezaron a aparecer ante mí coches y más coches a los que le faltaba una luz, izquierda, derecha, delantera, trasera...la carretera estaba llena de coches tuertos. Y eso ocurre porque estamos cojos de un ojo, y siempre vemos lo que queremos o lo que nos inquieta. Si vas a ser padre tu especial sensibilidad para con tu futuro hace que contabilices embarazadas que siete meses antes hubieran pasado inadvertidas. Con el carro lo mismo que con la luz del coche, son tu problema y tu vida, y por eso empatizas con los demás. Me he puesto a pensar que tal vez veo a nuestra caterva de políticos y dirigentes varios con mi ojo cojo, y por eso me parecen tan mastuerzos y ladrones a partes iguales. Tal vez el problema no sean ellos, sino yo, que estoy especialmente preocupado. Pero después he abierto el periódico y qué va, ese no es el problema, a no ser que todos estemos cojos del mismo ojo...
25 de marzo de 2013
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