Buscando una fotografía para ilustrar el micro de ayer me encontré, en la misma página de muestreo de imágenes de google, con estas dos estampas. En esencia son la misma escena: dos niños plácidamente dormidos. Pero las diferencias son ostensibles. Uno está rodeado de sus muñecos y de la felicidad que da cerrar los ojos sin miedo de que algo lanzado por alguien sin escrúpulos te destroce mientras duermes. El otro no está rodeado de muñecos, sino de las evidencias del dolor sufrido. Ambos parecen dormir tranquilos, porque el cerebro humano es la herramienta más impresionante de la naturaleza. Pero no es lo mismo. Y esta imagen me recordó algo que sentí cuando vi el historial médico de mi hijo pequeño, que va camino de los cinco años. Apenas una docena de intrascendentes y casi rutinarias visitas al doctor. No me pude sentir más afortunado. Y me siento igual sabiendo que mis hijos han nacido en un país que sí, políticamente es triste, donde reina la corrupción y las estrecheces de miras, pero donde, por suerte, no hay bombardeos cada noche. Ni los niños se mueren de hambre. Ni tienen que cargar con ladrillos doce horas al día para ayudar a sus padre a alimentar a la prole. Ni corren el riesgo de que un desalmado señor de la guerra los arme hasta los dientes para alimentar su odio irracional al congénere. Si, tenemos mucha suerte, y de vez en cuando me gusta recordármelo, aunque eso no me haga sentirme especialmente bien, porque aquí sigo, en mi poltrona occidental, mientras millones de niños del mundo maduran antes de tiempo a lomos del sufrimiento.
5 de marzo de 2013
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1 comentario:
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