El otro día iba con mi camiseta de "Escuela pública de todos para todos" cuando me encontré con un conocido. Me miró extrañado. Oye, me dijo, ¿no es curioso que vayas por ahí defendiendo la escuela pública y lleves a tus hijos a un colegio privado? Aunque la demagogia era evidente, le pedí que se explicara. Sí hombre, vas por ahí luciendo camiseta pero tú a tus hijos a un privado. La verdad es que no tenía razón, aunque tampoco se lo expliqué. Lo hago aquí, ahora. Llevo a mis hijos a un colegio privado porque su madre y yo nos sentamos en su día, con las cuentas y el corazón en la mano, y los colegios candidatos en la recámara, y no tardamos en decidirnos. Eso no quiere decir que con mis impuestos, esos que cada mes retrotraen mi nómina sin remisión (ni queja por mi parte), quiera que se hagan cosas buenas y para todos. Tampoco me han operado jamás, ni nunca he estado en un hospital ingresado, y quiero que los hospitales sean regentados por personal público, con amor por lo público y no a la billetera. Tampoco he pasado jamás por la carretera que une Teruel con Villaspesa y me gustaría que con mis impuestos esa carretera, como las demás, tuviera menos baches. No he puesto jamás una demanda, pero me gustaría que con mis impuestos se gestionara una justicia gratuíta y equilibrada. Nunca he llamado a los bomberos, pero me gustaría que con mis impuestos se mantuviera un personal y unas instalaciones contra incendios de calidad y con garantías ¿Sigo? Lo que si hice fue una pregunta: si tu no vas a un hospital público ¿por qué esperas que sea bueno? Por si alguna vez tengo que ir. Aunque sólo sea por eso, le dije, ya entenderás mi camiseta.
22 de marzo de 2013
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