12 de marzo de 2013

PANTALONES CAGADOS

A mi hijo mayor, de ocho años, se le caen los pantalones. Es verdad que es más largo que un Eibar-Sestao, pero tampoco es un niño delgado, vamos, que con los bocadillos de atún de media barra que se calza tirillas no es el muchacho. Y os prometo que hemos intentado de todo. Apretarle las gomas hasta el último de los botones, forzar incluso agujeros nuevos para que se ciñan más a su cinturilla, tanto que algunas veces me da miedo cortarle la respiración y que termine como un gusiluz. Comprarle una talla menos. Asegurarnos de que la goma no está dada de sí. Pedirle que se ate el cordón del chándal con más rigor. Hemos tirado incluso de cinturón. Pero no hay forma, a poco que nos despistemos le vemos enseñando medio culo enfundado en su calzoncillo de Bob esponja. Ya no se nos ocurren más herramientas, más estrategias para frenar la caída del pantalón. Y lo que era más inquietante, no teníamos explicaciones alternativas, porque la fuerza de la gravedad parecía insufiente para sortear nuestras medidas. Hasta que ayer fue con su madre a una mercería. Entonces se fijó en unos calzoncillos y dijo "estos, mamá, estos son los que quiero". Unos calzoncillos negros, con la goma negra y letras bien grandes en blanco. Entonces, aunque seguimos sin solucionar el tema de que se le caigan los pantalones y enseñe el calzoncillo, al menos hemos logrado encontrar una explicación.

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