Otro barrio. Habíamos aparcado lejos. Yo me ofrecí a ir corriendo a por el coche. Calles, esquinas, bordillos, aceras hostiles que no conoces. Buen ritmo. Frente a mí un pequeño murete de apenas dos metros y después una valla y un jardín que abre paso a la calle de destino. La otra alternativa una larga vuelta a la manzana. Tomo carrera, hago los cálculos, y como un practicante de parkour, doy un salto, uso mis manos a modo de trampolín y con extraña agilidad para los casi cuarenta años, elevo mis 90 kilos hasta lo alto del muro, aprovechando ese impulso me pongo de pie con otro salto, pongo las manos sobra la valla y me elevo de nuevo ladeando mis piernas en grácil pose. Podía sentir el silbido del viento mecer mi pelo y ver mi propio cuerpo, paralizado al modo Matrix, en tan atlética posición hasta que, en aquella gloriosa milésima de segundo, caí en la cuenta de que no era mi barrio, no eran mis calles, no eran mis parques, no eran mis vecinos con sus costumbres. En el aire me di cuenta: ¡ mierda ! y nunca mejor dicho. Mucho tendría que opinar la Convención de Ginebra sobre el espacio al que me disponía a caer. Un auténtico campo de minas. Y estas sí que son anti persona, porque a los perros les importa una mierda su mierda, y valga la redundancia, y a los dueños de los canes menos. El caso es que valoré las posibilidades de no irme a la idem y eran las mismas de que el Mirandés ganara la Champions. Aun así hice algunos cálculos y situé la pierna izquierda trece grados al sur, la derecha doce al norte y esperé que mis genitales no perecieran en el escorzo. El mal menor fue que mantuve la verticalidad y que lo hice, saltito va, saltito viene, con cierta dignidad hasta salir del campo de batalla. No descarto que hubiera algún vecino cámara en mano y ahora "el saltamierdas" sea un trendtopic en youtube. El desenlace de la aventura, por respeto a los desayunantes, me lo guardo.
20 de marzo de 2012
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1 comentario:
joder...que asco de peña
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