
Luego todo pasó demasiado rápido. La empresa fue comprada. Un ERE que le pilló en fuera de juego. Devolver el coche, el portátil, el futuro. Un despido con lo que marcaba la ley. Su mujer, que descubrió aquella infidelidad con la secretaria en el peor momento de todos. Unas maletas hechas con mucha prisa. Tres tardes a la semana de visita. Media docena de puertas, que esperaba abiertas, se cerraban con más o menos violencia. Un millón de entrevistas y un teléfono que dejó de sonar. Primero un apartamento, después un hostal y cuando quiso darse cuenta, ya no tenía para pasarle la pensión a sus hijos. Una reclamación judicial, una pérdida de los derechos. El alcohol como absurdo salvavidas. Los bancos dejaron primero de llamarlo de usted y después un seguridad le impedía la entrada. Ya nadie recordaba haberlo conocido, nadie reconocía aquel negocio exitoso, aquella convención al otro lado del océano. Ya ni él mismo se recordaba con traje y corbata. El pelo empezó a crecerle y ni tuvo ganas ni motivos para cortárselo. Con la barba ocurrió lo mismo. La primera noche que durmió en la calle fue incapaz de conciliar el sueño. Dos meses después ya se mueve con cierta soltura en los submundos de la ciudad. Lo peor es la lluvia, y el miedo a perder lo poco que le queda, cuando la dignidad ya es una quimera. Es navidad y la ciudad huele a polvorones desmemoriados y a felicidad transitoria. Está en un portal, intentando que el frío no le hiele el ánimo. Un hombre trajeado, de mediana edad, dobla la esquina. Va cargado con multitud de bolsas. Su caminar es firme. Cruzan las miradas un segundo. Él hombre la esquiva y él sonríe, podrías ser tú, amigo, podrías ser tú, le dice con una sonrisa irónica y en silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario