21 de agosto de 2013

EL CAMPO DE FÚTBOL


Cada tarde era el mismo ritual. Bajaban corriendo la calle que separaba el colegio de sus casas. La mochila golpeando su espalda, con los libros camino del olvido. Besos a las madres, que esperaban con la liturgia de la merienda y la sonrisa. Antes de que el bocadillo hubiera sido un recuerdo ya peloteaban en el campo de tierra, su territorio. Daba igual que amenazara una tormenta tropical, que la nieve hiciera justicia al invierno o que el sol castigara su osadía. Ellos, todas las tardes, organizaban el gran partido de sus vidas. Y se dejaban las rodillas en cada regate, en cada jugada, en cada paradón. Los goles caían de uno y otro lado como hachazos efímeros a los que la chanza del final del partido cubría con el polvo de la camaradería. Un día empezaron los rumores. Al día siguiente llegaron las escavadoras y los operarios. Tranquilos, les dijo un capataz una tarde, cuando bocadillo en mano, observaban atónitos como habían sido invadidos y expulsados de su paraíso de tierra y porterías, el ayuntamiento va a hacer aquí un campo de césped artificial. Entonces el jolgorio fue general ¡ Césped artificial ¡¡ Como los profesionales ¡ No podían dar crédito a la noticia y buscaban en cualquier adulto que se dignaran a escucharles la confirmación de la utopía futbolera. Las heridas de las rodillas cicatrizaban mientras soñaban con deslizarse por la suave y sintética superficie verde. Cada tarde, ya sin balón, se repetía el ritual. Bajaban corriendo la calle, cambiaban mochilas por merienda y bajaban a auditar las obras. Una tarde, les sorprendió un inmenso camión descargando interminables hierros. Eran tantos que no podía ser porterías ¿para qué tantas? A la tarde siguiente, cuando bajaron con el chocolate, la mortadela y el atún entre los dedos, el destino había dibujado una silueta metálica e infranqueable alrededor del ya verde campo. Buscaron al capaz con los ojos para que les diera una explicación. Sí, claro, ahora este campo tan bonito hay que cuidarlo, y para poder usarlo tendréis que reservarlo a un precio razonable en el ayuntamiento. Y así, poco tiempo después, empezó un nuevo ritual. Bajaban corriendo la calle que separaba el colegio de sus casas. La mochila golpeando la espalda. Besos por merienda y bajar a donde antes estaba su reino de tierra para, apoyados en la valla metálica, maldecir un inmaculado, yermo e inútil campo de césped artificial.

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