5 de junio de 2013

LA SORPRESA

Llevaba años con la idea rondándole la cabeza. Pero si no era por una cosa, era por otra. Hasta que por fin este año se han alineado los planetas. Hoy es el cumpleaños de su mujer. Son los cuarenta. Tiene la sensación de que se quieren más que nunca. La vida les sonríe por fin. Esta mañana se ha levantado a la misma hora de siempre. Con la cautela de siempre, sin encender luces, sin apenas hacer ruido, para que ella pudiera seguir durmiendo. Suele tener turno de tarde en el hospital. Ella dice que por ser la novata va a estar unos añitos así. A él no le importa. Trata de esperarla despierto, pero la mayoría de los días, cuando llega, ya está en brazos de Morfeo en el sofá. Esta mañana ha salido como cualquier otro día, ha comprado el periódico, pero en lugar de enfilar la autopista camino de la oficina se ha quedado en el bar de la esquina a hacer tiempo. No quiere asustarla o despertarla demasiado pronto. Últimamente está muy cansada. Por eso la idea de la sorpresa era tan tentadora. Tener una mañana tranquila para amarse sin prisa, sin sueño, sin despertador amenazando. Deja pasar los minutos hasta que decide que ya es prudente poner en práctica la sorpresa. Llega a casa y abre la puerta con sigilo. Si todavía está durmiendo le gustaría que fuera un beso suyo quien la despertara. Se descalza para ser todavía más silencioso. Entonces escucha los gemidos. Primero le parecen lejanos, como si fueran de una película o de una vecina. Después son más nítidos. Es una voz que le resulta familiar, y pide más, y más, y que no pare. Cuando la reconoce el corazón ha convencido a su cerebro de quien es y la erección se disipa de golpe. Después, intercalados con los gemidos de su mujer, escucha una voz varonil y entregada avisando del final del juego. Respira hondo. Se vuelve a calzar y con el mismo sigilo sale de la casa, todavía aturdido. Se monta en el coche y un centenar de kilómetros sin sentido después encuentra un lugar, tan bueno como cualquier otro, para dejar pasar el tiempo. Sentado en el banco de vaya usted a saber que parque se decide a llamar.
-Hola, cariño, felicidades.
-Ah, mi cielo, muchas gracias por acordarte ¿qué tal llevas el trabajo?
-Bien, ya sabes, lo de siempre, los clientes y esas cosas ¿y tú?¿qué tal tu primera mañana de cuarenta?
-Pues nada, lo de siempre, he madrugado, al gimnasio, lavadoras y preparándome la comida.
-Ajá...
- Bueno, cielo ¿me esperarás despierto?
-Haré lo que pueda.
-Te quiero.
-Adiós.

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