PUBLICIDAD:
El secreto de la publicidad es el retorno. Hay una venta futura que debe favorecer. Esa venta no siempre es material, el retorno puede ser de otro tipo, aunque permitidme la simpleza, al final, al final del todo, siempre anda poderoso caballero.
El caso es que hoy me he topado con esta desagradable campaña católica:
Me parece tan soez y tan burda como injusta. Me encantaría ser multimillonario y forrar las marquesinas de mi ciudad, las navidades del 25, con carteles que rezaran, nunca mejor dicho, hoy celebras el nacimiento de un inmigrante y mañana dejarás que mi patera naufrague. Decidme la verdad ¿conocéis a alguna mujer que haya sufrido un aborto? Y digo sufrido en las dos posibilidades manejables, de la interrupción voluntaria y la no deseada. En ambos casos se trata de sufrir. Porque abortar no es ir al punto limpio de dejar un colchón viejo. No, es una situación engorrosa, en lo físico y en lo moral, que hace que cada mujer, al menos que yo conozca, que haya pasado por ello, fuera una antes y terminara siendo otra después. Es demagogia, y de la barata, frivolizar con esto. Porque insinuar la frivolidad ajena es otra forma de hacerlo. Por eso, respeto profundísimamente a las personas que deciden llevar el embarazo a término y con la misma profundidad, e igual nivel de empatía lo hago con aquellas que no lo hacen. En nuestro caso, apoyado en la fe ciega por mi pareja, decidimos no hacernos la prueba porque teníamos claro que de haberse dado el caso, no hubiéramos interrumpido el embarazo. Pero jamás se me ocurriría pintarle la cara a quien hubiera hecho lo contrario. La Iglesia, en su afán de crear conflicto para pescar a los timoratos, termina sacando lo peor de las religiones, ese famoso o conmigo o contra mí que las hace tan peligrosas. No comparto estas soflamas. No lo haré jamás.