Ahí llega, un poquito tarde, el primer cuento del año...
LLANTO
A DESTIEMPO:
Si algún torpe le preguntaba algo
similar, respondía lo mismo en sus distintas variables ¿cómo no iba a quererlo,
si era su padre? Las preguntas no eran directas, subterfugios escondidos en un ves
poco a tu padre ¿verdad? o ¿No has vuelto a casa en Navidades? Pero
la vida es así. Su padre fue educado en un molde rígido en el que el llanto, lo
superfluo, lo no tangible y la creación, no tenían cabida. Los hombres no
lloran, era el mantra que lo resumía todo. Por eso su homosexualidad se mantuvo
latente; como sus ganas de pintar el mundo, o de contarlo, o de cantarlo. Todo macerado,
ninguneado, clandestino, distraído, engañado, aletargado. Hasta que aquel
hombre, porque con quince años una barba de treinta representa la madurez, hizo
saltar todos los diques, y el mar entró para mojarle los tobillos, y la moral,
a su padre.
Fracaso. Fallo. Tara. Podía esconder
sus silencios detrás de muchas palabras. Para su padre ya no era un hijo, era
un error, un producto defectuoso que no podía devolver. Seguían conviviendo y
el amor viejo hacía que las chispas saltaran solo en la intimidad, donde los
insultos comulgan con la frustración. Nunca le reprochó nada, salvo que obviar
y convertir a tu hijo en un compañero de piso no fuera el mayor de los
reproches. Por eso estudió en el extranjero, por eso aceptó aquella irrisoria
beca, por eso trabajó de camarero, de niñero, de jardinero, de friega platos, en
idiomas cada vez más incomprensibles. Cualquier cosa para estar lejos. Murió su
madre y ya no había nada que lo obligara ni a planificar una visita de
cortesía. Una llamada, tal vez una postal, y poco más. Por el niño que fui, se
justificaba ante su pareja, que lo conocía mejor que nadie.
Hasta que hace una semana una prima
lejana le informó de que le viejo general estaba muy enfermo; unos días después
que había muerto. De golpe se hizo un vacío bajo sus pies. Ese hombre distante,
que solo había sido un lastre en su crecimiento, podía desaparecer para
siempre. Por fin podía volar. Pero se hizo más presente que nunca. Un torrente
inverso le obligó a regresar a tiempo para el funeral. Como si alguien hubiera
soplado a las hojas caídas de la memoria y, de golpe, las raíces tomaran forma.
Ya no vivía tan lejos, no hacía falta. Hoy, respondiendo a abrazos y a
formulismos mortuorios, se ha sorprendido llorando. No tenía sentido ¿por qué?
Hasta que en el baño vio su propio reflejo. Y ahí estaba, entregado a un llanto
desconsolado, el niño que seguía creyendo que su padre era un superhéroe inmortal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario