Igual que cuando ves un famoso, cuando me encuentro en la calle la viva escenificación de una frase hecha o chascarrillo, no puedo evitar disfrutarlo con vouyer satisfacción. Ocurrió no lejos de mi casa. Caminaba yo de retorno laboral, maletín en mano, mirada perdida. Una calle de unos 200 metros. A mi izquierda una joven cercana a los 30 trajinaba en su coche. No sabría decir si iba o si venía, si era rubia o morena. El coche color vino. Eso sí lo recuerdo. Y un vestido de verano, ni corto, ni largo. Paralelo a mí, pero en la otra acera, la de la joven, iba un tipo que rondaba los cincuenta. Calva afeitada y dos chuchos diminutos. Era un tipo alto. Ya digo que caminábamos más o menos al mismo ritmo, hasta que llegó a la altura de la joven del coche y el vestido de verano. Entonces se paró. No del todo. Visto desde fuera, con neutral mirada, pudiera parecer que los perros estaban en trance de contaminar la acera. Pero no, yo sabía que los canes seguían a lo suyo y que el vaporoso vestido de la joven era la causa del descenso en el ritmo. A partir de entonces caminó a pasos muy, muy cortitos, volviendo el cuello a nivel Inspector Gadget. Mantenía cierto decoro. Me fijé entonces en la joven del coche. Metía y sacaba cosas del maletero. Tracé una trayectoria entre la mirada de los perros y el cuerpo de la joven y entonces lo entendí todo. Ella no era consciente de estar siendo casi militarmente escrutada, profesionalmente prospeccionada. Su vestido, entre tanto subir y bajar las piernas no cumplía al 100% la misión de esconder los encantos. Y ahí estaba nuestro amigo de los perros. Que caminaba a pasitos de Geisha. Pude intuir que se mordía los labios segregando saliva de imaginar que en cualquier movimiento el tanga saldría a la luz. Cuando consideró que la distancia le habilitaba para el escrutinio indecoroso, se detuvo sin ningún remilgo. Y entonces pude verla, con la claridad que me ofrecía el día y la escena: la mirada sucia. Y no exagero. Pude sentir la suciedad de sus ojos. No había respeto. No había sana curiosidad. No. Había suciedad. Y mucha. Ella, por suerte, no se dio cuenta, pero mientras ordenaba el maletero estuvo durante unos minutos, desconozco cuantos, totalmente desnuda...
20 de junio de 2012
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1 comentario:
Te leo y a la vez recuerdo una conversación que escuché (ya sabes que pasa, a veces parecemos los mayores cotillas del mundo cuando una circunstancia nos llama la atención) acerca de como provocan las niñas con las ropas que llevan ahora. Yo siempre he pensado que no es el objeto el que provoca, si no la mirada la que se deja provocar.
Y sí, hay diferencia entre una mirada de admiración y otra sucia.
Un saludo
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