Las he visto de todos los colores. Mi peregrinaje de sufridor nacional empezó con el dichoso naranjito. Lloré como lo que era, un niño chico, cuando los teutones nos dejaron fuera de nuestro Mundial. Agarrado al sofá gritaba aquello de hala, pues como la pelota es mía me la llevo a casa. Después disfruté de lo de Malta, tanto que mi madre me dijo que si volvía a cantar gol en una repetición me quedaba sin cenar. Destroné a Arconada cuando el balón se le coló por debajo en la final de París. Grite Butragueño presidente cuando lo de Dinamarca en México, antes de que unos bajitos belgas me pusieran otra vez en el sitio. Y allí empezó mi relación de amor y de odio contra los cuartos. Como un pretendiente en el baile, cada dos años, ya fuera en Europa o en el mundo, me acercaba a la señora semifinales y la pedía bailar. Y ella, ya fuera por penaltis, por goleada o sin presentarse tan siquiera, me daba plantón una y otra vez. Hasta que hace justo cuatro años un tipo con los dientes inmaculados, que por aquel entonces jugaba en Londres, lanzó un penalti que el Bufón de turno no pudo parar y todos nos deshicimos del sanbenito de perdedores. Y el gol de Torres, como lo haría el de Iniesta dos años después, me hizo transitoriamente muy, muy feliz. Y no lloré de emoción cuando el manchegó desvirgó la red porque soy muy de Bosé y ya se sabe que los hombres no llorar. Pero ahí está, y se me ponen los pelos como escarpias cuando buceo por youtube para rescatar con él mi sentimiento futbolero. Los eventos deportivos me fascinan, y los futboleros más. Siempre los he vivido con antelación, sabiendo los cruces, los favoritos, los jugadores estrella, las fechas y horarios de los partidos más atractivos, las cadenas que los retrasmiten...la semana pasada, después de pagar en un centro comercial, me regalaron una bubuzela roja y amarilla. Miré a la cajera como si estuviera loca ¿Y esto? pregunté. Es para la Eurocopa. Ah, la Eurocpa. Lo sé, sé que en cuanto ruede el balón volveré a estar atento, a saber, a disfrutar, pero ahora mismo, la verdad, siendo sincero, la Euro me importa un pimiento.
8 de junio de 2012
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