El otro día iba conduciendo, como siempre, con la radio y tal vez más de lo aconsejable, divagando por mis mundos paralelos. Entonces escuché a Bruce Willis decirme que comprara el cupón de la Once. Pude escuchar con claridad como John McClane me sugería que 9 millones de euros eran una buena excusa. Después la teniente Ripley me invitaba a un crucero por los fiordos noruegos. Warrik Brown, el negrazo de CSI, me vendía un curso de inglés en mil palabras. No salía de mi asombro hasta que me di cuenta de que no estaba viviendo una abducción cinematográfica, sino el pluriempleo de los dobladores, una de las profesiones menos valoradas del mundo del celuloide. Uno va a ver una película extranjera y sale diciendo este actor estuvo bien, o mal, o fatal, o genial, pero jamás decimos pero hay que ver lo bien doblada que está esta película. Nos damos cuenta, eso sí, cuando no lo está tanto, y, curiosamente, y valga aquí la cuña patria, no suele ser un doblador español. Son buenos, muy buenos. Cuando conoces y pones cara al Bruce Willis español, Ramón Langa, toda una institución, puedes sorprenderte y hasta decepcionarme. Yo recuerdo uno de los momentos más impactantes de mi infancia. En la famila éramos seguidores del serial radiofónico Los porretas. Eran pequeñas cápsulas de humor sobre una familia de clase media encabezada por Segismundo Porretas, un abuelo de ochenta años y un peculiar sentido de la vida. Esperábamos en la puerta, cartera en mano, a que terminaran los diez minutos diarios antes de salir al colegio. Creo recordar que el doblador de Segismundo, un tal Manuel Lorenzo, murió por aquel entonces. Vi su fotografía en el periódico, con un titular del tipo ha muerto el abuelo de los Porretas, Miraba la fotografía, tiraba de archivo mental y me tranquilizaba. No, no ha muerto, éste no es el abuelo Porretas, el abuelo Porretas es otro. Sí, era otro, el que yo había inventado en mi cabeza. La voz. La radio. La inocencia de un niño ¡ qué maravilla !
22 de junio de 2012
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