14 de junio de 2012

LAS VACUNAS

Nuestro hijo vivió ayer uno de los momentos más frustrantes de su vida. Se sintió profundamente engañado. Le tocaba la revisión de los cuatro años y todo iba bien. Era el prota. Las preguntas de la enfermera, el doctor que pasó del despacho contiguo, el juego de adivinar los colores con el ojo tapado, hacer figuras como las de la pared con un cartón en forma de "u", andar de puntillas, de talón...todo era genial, cinco personas viendo como acertaba en todo. Pero amigo, llegó el momento de los pinchazos. Su madre trató de distraer su atención para que no viera el tamaño...reconozco que somos los padres quienes más nos asustamos, a mí me sudaban las manos de la tensión, pensando en el dolor que iba a sentir. Se sentó en la camilla y escuchó con atención las indicaciones de la enfermera, respiró profundo cuando se lo pidió y llegó el primer puyazo. Nos miró a todos como diciendo eh, ¿qué pasa?¿qué es esto?¿no váis a hacer nada? Pero no lloró, aguantó el llanto compungido, pensando que si había terminado merecía la pena el esfuerzo de no hacerlo. Entonces llegó el segundo. Cuando vio que la enfermera iba a por el otro brazo ya se asustó. No hubo tantos miramientos, ni tanto preámbulo. La aguja entró en su bracito y entonces el llanto fue profundo. Sincero. No diría que desgarrador, era más bien el llanto de la frustración, un me habéis engañado todos, y tú, tía de la jeringuilla, la que más, con tanta risita y tanta pregunta sobre si tenía muchos amigos en el cole. Después se le pasó el llanto, pero no así la tristeza. Quizá suene teatrero, pero creo que mi hijo pequeño ha perdido parte de su inocencia con las vacunas de los cuatro años.

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