Yo quería que mi padre trabajara en un oficina. Que usara traje. Que llevara un maletín que escondiera los oscuros secretos del misterioso mundo de los negocios. Envidiaba a aquellos que podían decir cuando venga mi padre del despacho... Visitar el edificio, que su secretaria me regalara caramelos y juguetear con la máquina calculadora. Que viajara por lugares extraños cerrando negocios multimillonarios. Y mi padre ha viajado, y mucho, porque ha hecho más kilómetros que el baúl de la Piquer, pero todos dentro de la misma ciudad, porque era taxista. Ahora yo trabajo en una oficina, y aunque no necesito secretaria, mis hijos pasan por ella de vez en cuando y disfrutan de los caramelos, del portátil, de las grandes pantallas y de los rotuladores. Ellos no sienten la diferencia, ni yo tampoco, porque no la hay. No hay tanta distancia entre un taxista, fontanero, charcutero y un mísero contable. Somos todos unos curritos abnegados que damos por nuestra empresa tiempo, esfuerzo y talento. Mucho o poco, todo. Como en muchas otras cosas de la vida, he ido aprendiendo, y lo que de pequeño me parecía tan evidente, ahora que la madurez azota mis patillas con alguna que otra cana, ya no lo es, y me doy cuenta de que los Reyes Magos son los padres. Porque los padres, taxistas, fontaneros, oficinistas o tiburones de los negocios, son los que hacen la verdadera magia, la de todos los días, la plausible y la importante. Mi padre tenía una oficina con cinco asientos y maletero, y era la más chula del mundo, porque podía llevarnos a cualquier parte...
17 de mayo de 2012
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1 comentario:
Gran reflexión y una verdad como un templo. Todos los trabajos son tan dignos como el que más. Hombre lo de la secretaria esta bien...
Me gusta tu blog y desde hoy te sigo. Te dejo el mio por si quieres visitarlo, absurdo como el sólo.
Un abrazo.
http://palabradesedano.blogspot.com.es
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