El otro día estaba sólo en casa. Es una sensación tan extraña, una novedad tan novedosa que aproveché el silencio para pasear por entre sus muros sin objetivo alguno, sin tener una lavadora reclamando suavizante, una sartén pidiendo clemencia o unos platos por fregar. Iba de un lado a otro deslizando los dedos por la rugosa pared. Y en el silencio podía escuchar nuestras vidas escurrirse por entre mis dedos. Una casa no es un receptáculo. Una casa es un hogar. Un lugar donde ocurren cosas a personas con corazón, con memoria y con sentimientos. Una casa es un refugio, no un número en una larga lista de un insensible banco. Después me marché y cerré con llave. Pero lo hice con un nudo en la garganta. Fuera no me esperaba nadie y aun así sentí una profunda tristeza, porque no puedo imaginarme lo que tiene que ser salir de TÚ casa, de la casa de TU familia y que fuera estén los antidisturbios y la gente del juzgado que ha de hacer efectivo el embargo y el desahucio. No, no me lo puedo imaginar. Una casa no es un objeto. No. Una casa debería ser un refugio.
22 de mayo de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario