22 de mayo de 2024

MI NO ENTENDER: 

Mi hijo pequeño está a dos semanas de cumplir los 16. En el instituto les tocaba hacer un trabajo que implicaba una visita al Museo de Ciencias Naturales. Todo dentro de lo normal, lo saludable, por llamarlo de algún modo. La visita no pudo ser entre semana y acudieron, sin supervisión de profesores, un sábado. Mi sorpresa fue que me llamó, desde la misma entrada del museo, porque para poder acceder a él requería de la autorización de uno de los padres. Mi hijo se mueve en transporte público, como es lo propio de su edad, con absoluta autonomía; puede coger un un taxi, puede pedir en un restaurante, puede comprar en cualquier centro comercial, puede ir al cine, puede ir al teatro, al fútbol, le pueden vender incluso alcohol si el vendedor no es muy suspicaz o riguroso. En fin, es la primera vez en la que le piden autorización para entrar en un lugar público. Y no lo entiendo. Supongo que es algo relativo a la responsabilidad, que si mi hijo hiciera algo dentro del museo, yo, que fue quien firmé, me haría cargo. Pero, salvo que esté en un error, eso ya ocurre por defecto al ser un menor. Esta restricción me parece tan absurda como contraproducente. Yo, responsable de un museo, veo a media docena de adolescentes, un sábado por la mañana, haciendo cola, y les pongo una alfombra roja, les hago fotos para subirlas a las redes y les invito a desayunar. La desafección de los jóvenes con la cultura no es unidireccional; y su parte viene de serie, por vivir la época vital que les toca, la nuestra es triste y opcional. 

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