Siempre que quiero meterme con España y busco un adjetivo termina apareciendo la denostada pandereta por ahí. Y sin tener nada en contra de tan antiguo instrumento (salvo que sea un tuno quien la porte), era una metáfora que me servía para evidenciar en dos palabras mi desazón y desencuentro con el devenir patrio. Y pensaba, además, que estábamos en la élite de lo casposo, no lo niego. Pero parece ser que es mejor vivir en un país de pandereta que de probolone o mandolina. No lo puedo entender. Por muchas explicaciones que intento encontrarle, es que no las hay. No es posible que semejante monumento a la misoginia, estirado y recauchutado hasta el ridículo, cuya única aportación a la humanidad vaya a ser el Milán de Sacchi y las Mama Chichos, cómo es posible, digo, que semejante personaje, que debería estar luciendo costurones y cirugía en las duchas de una cárcel, sea la llave de la gobernabilidad en Italia ¿Qué le pasa a los italianos?¿La leche de búfala enturbia las seseras?¿la pizza es un inhibidor del racicionio? Lo que más me desconsuela, y me desconcierta, e incluso me enerva, es pensar que haya una mujer, una sóla italiana, que en su papeleta tuvo a bien poner el nombre de este desperdicio de la humanidad. Si la hubiera, que imagino que las hubo, sería para sentarse con ellas, una a una, y con toda la paciencia del mundo, intentar entender, y si hace falta la ayuda de Iker Jimenez, pues que venga. No se me ocurre otra. Me consuela por tanto estar bajo la pandereta, aunque nosotros tenemos a la Cospe, los Cantó y los Bárcenas, pero al menos estoy seguro de que jamás tendremos de presidente a Ruiz Mateos...¿o sí...? Porque aquí en España jamás toleraríamos un presidente o ex presidente capaz, por ejemplo, de meterle un bolígrafo en el escote a una periodista...ups, perdón, eso lo hizo Aznar...
26 de febrero de 2013
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