20 de febrero de 2013

ROJA ¿A MÍ?

Era el minuto 88. El partido parecía condenado a un empate a dos. El equipo local, Los Silos, y el visitante, Mislata, parecían conformes. El árbitro pitó entonces una falta. El jugador sancionado, del Mislta, no estuvo conforme con la decisión y se lo hizo ver al colegiado insultándolo. El árbitro, en aras a la autoridad que le conceden las reglas del juego y la Federación, expulsó al jugador visitante. Éste, ni corto ni perezoso, le propinó un brutal puñetazo y después varias patadas en los costados. Y no siguió porque los jugadores de Los Silos se interpusieron entre su falta de humanidad y el cuerpo inerte del árbitro. Esto, que parece la primera escena de una película de Tarantino, ocurrió en realidad en Burjassot, un pueblo cercano a Valencia. El agresor ronda los 25 años y lo que es peor, la víctima no llega a los 18. Todavía sigue ingresado, ha perdido el bazo y según su padre ayer pudo volver a sentarse por primera vez. Su madre está aliviada porque lo ha visto sonreír. La agresión tuvo lugar en un partido de segunda Regional y fue presenciada en directo por el padre y el hermano pequeño del árbitro. La historia tiene una guinda siniestra y es que el autor del puñetazo y las patadas es policía nacional, lo cual tampoco es garante de nada, lo sé, pero es que está destinado a la unidad de protección y seguridad ciudadana. Yo me quedo mucho más tranquilo, los lobos vigilando el ganado. Es probable que termine expulsado de la Policía, lo cual es lógico a todas luces, y lo que espero es que tenga serios problemas para que una mísera empresa de seguridad termine leyendo su curriculum. El árbitro perdió el silbato en la agresión y las ganas de volver a buscarlo. Ya sé que un grano no hace granero, pero ya lo dice el refrán, ayuda al compañero. La anécdota no es la norma, pero tampoco una casualidad. Conozco bastantes policías aficionados a la violencia que encontraron en la placa la legitimidad que les faltaba en las grescas fiesteras. Y no es una labor de investigación la mía, porque sólo hablo de lo que veo, de lo que conozco, pero no me queda otra que admitir que no me fío de tipos así. Y que me demuestren lo contrario.

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