Imaginad un campo de baloncesto de nuestro país. El que más os apetezca, el Fernando Buesa, el Martín Carpena, la Caja Mágica, el que os venga a la mente. Que abre sus puertas y enciende las luces con ese sonido tan característico. Empiezan las gradas a llenarse. Poquito a poco. Son trabajadores cualquiera, de la construcción, médicos, enfermeros, profesores, taxistas, fontaneros, jardineros, informáticos, contables, pintores, electricistas...no hay profesión que no tenga un representante que ocupe al menos un asiento en ese pabellón que has elegido. Un atril. Un tipo trajeado da los buenos días y las gracias a todos por haber venido. Y sin más los despide. A todos. Sin excepción. Acorde a la ley salen, como una letanía, camino de sus casas. Van arrastrando su recién adquirida desazón con la esperanza de que sea transitoria y que los andamios de su entorno los ayuden a superar el trago. Al día siguiente se repite la historia. El pabellón otra vez se llena, un tipo trajeado da los buenos días y los despide a todos. Así día tras día, día a tras día ¿A que acongoja? Pues eso está pasando en España, donde cada día más de 8.500 personas se están quedando sin empleo. Antes de escribir este artículo he hecho el ejercicio de situarlos a todos en un lugar reconocible y he sentido una profunda pena, una pena que no logro arrancarme. Y ni tan siquiera me ha servido pensar que 8.500 personas metería yo en un pabellón y no sé si sólo para despedirlas. Entre otras cosas porque tampoco he encontrado pabellón en España con capacidad suficiente. Además, tengo miedo, tal y como están las cosas, de que Gallardón se invente un delito del tipo "intento de asesinato colectivo inventado" y que termine con mis huesos en la cárcel. Pero no será por falta de ganas...
6 de febrero de 2013
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