Los que somos ateos tenemos más difícil creer en el destino. Porque el sino bebe de las mismas aguas que cualquier otra fe, las de creer en algo que no existe y pensar que el futuro tiene forma antes de transformarse en presente. Es cierto que no hay nada escrito, pero algunas veces...Ayer, por ejemplo. Un avión pilotado por dos personas expertas se extrelló cerca del camino de Santiago. Podría enmarcarse dentro de las matemáticas aéreas, tantos vuelos, tantos accidendes. Salvo que ese avión llevaba un destino peculiar ya que se trataba de un aerotaxi utilizado para el transporte de órganos para el transplante. Allí, entre la niebla, con el Cesna destrozado, morían Alejandro y David, los pilotos. El destino, del que renegamos tantos, fue especialmente cruel con ellos, ya que venían de ejercer de necesarios cicerones de vida, llevando horas antes un corazón envuelto en hielo para que un enfermo, en Oviedo, de 54 años le hiciera un regate a la Parca Dama. Otros hablarán de designios divinos. Quizá ese avión, que hizo una ruta de ida y vuelta, hubiera podido estrellarse en el mismo punto, pero unas horas antes, cuando además de los pilotos, viajaba con ellos una esperanza entre hielos. Pero no, lo hizo a la vuelta, con el deber cumplido, con la prorroga vital entregada en su destino. Un equipo médico maravilloso hizo el resto. Así, mientras ellos volvían, felices de haber dado unos pasos en esta coreografía de vida, mientras Alejandro y David iban camino de su propia muerte, otro hombre recibía su legado en forma de transplante, en forma de vida. El orden de los factores sí afecta al producto. Y llamadlo destino, si queréis.
3 de agosto de 2012
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