Así como los Oscar son una pasarela para los diseñadores, las Olimpiadas lo son para las curvas deliciosas. Y es curioso porque cada deporte incide de forma muy concreta en los cuerpos. Por ejemplo, no es lo mismo una lanzadora de peso que una gimnasta de rítmica. Es más, la lanzadora podría esconder dentro de su cuerpo a la gimnasta que no nos daríamos ni cuenta. La noche y el día son un velocista al estilo Blake y un maratoniano keniata, aunque los dos vivan de correr. En esto yo tengo mis preferidos. Desde luego. A la hora de moldear cuerpos masculinos me quedo con la piscina. En la versión mini con los saltadores de trampolín, un poema a la fibra, y en versión XXL con los nadadores, una oda a la perfección. Pero no me olvidaría de los, para mí, cuerpos más proporcionados del olimpismo: los gimnastas. Creo que el cuerpo de un atleta tensado sobre las anillas haría enloquecer a Miguel Angel. También es verdad que hay deportes que no favorecen la valoración estéticas, porque ¿cómo está una luchadora de esgrima o un taekwondista? con esos trajes casi espaciales no sabe uno que pensar. En el campo femenino merece especial atención la fortaleza de las jugadoras de balonmano, el estilimismo de las niñas de sincronizada, la gracia de las saltadoras de altura, la sincronía de las pertigistas...pero aquí he de ponerme en pie y mostrar mis respetos ante el deporte más estético del mundo: el voley playa. No sé que hace ese deporte en el cuerpo de las mujeres, si es el sol, si son los saltos, si es rebozarse en la arena, pero lucen con una belleza espectacular. No hay cuerpo más hermoso, creo, en la Villa Olímpica, que el de las jugadoras de voley playa. Y si por belleza y simpatía fuera, las nuestras no se hubieran ido sin medalla. Eso del voley me hace ser optimista, a mi edad, si proliferan en los juegos las competiciones playeras, tal vez algún día compita en Chiringuiting. Entonces que la delegación española cuente con mi medalla en la modalidad de jarra y tapa.
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