Los tiempos cambian. Hoy a nadie se le ocurriría poner una lechería, pero cuando yo era pequeño no había barrio sin su lechero. A nadie en su sano juicio se le ocurriría ahora montar un videoclub, pero en mi adolescencia Blockbuster era una franquicia potente ¿Pero Kodak? Kodak está asociada a mi despertar por la fotografía. El día que Dios invadió mi cuerpo mandando a su hijo en forma de oblea (para otro artículo dejaré como también terminé sacándolo a hostias...) me regalaron una cámara Kodak. Era una pocholada técnica para su época, rectangular, hacía la foto cerrándola por los lados. Especial para fotografías en movimiento. No la usé mucho, la dependencia económica hacía inviable mis experimentos fotográficos ¿y para esto nos gastamos un dineral en revelado? Pero mucho tiempo después el carrete Kodak y yo nos fusionamos en uno. Con mi Yashika reflex destrocé mis presupuestos y a lomos de las películas Kodak descubrí el mundo desde un obturador y un diafragma, desmonté la realidad en decenas de miles de fotos, pentaprismeé el universo en incontables clics analógicos. Y siempre, siempre, con Kodak como cómplice necesario. Ahora la empresa que puso la película para mis sueños fotográficos ha entrado en quiebra y es muy probable que desaparezca. A Kodak se le acaba la plata, se le agota el carrete. La era digital y su negativa a subirse al carro va a dar el traste con más de 120 años de tradición fotográfica. Es la vida, supongo, pero mi más sincero pésame.
20 de enero de 2012
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