Menudo susto, ayer me desperté y no me podía mover. Fue como si Morfeo le dijera al despertador, ah, ¿sí? con que esas tenemos, pues se va a entrar, hala, ahora le duermo los brazos. Me desperté con un hormigueo tan brutal ¡¡¡ en ambos brazos !!! que era incapaz de desembarazarme del edredón. Intentaba en vano asirlo, pero millones de diminutas descargas eléctricas impedían a mis otrora ágiles zarpas realizar el más simple y humano de los gestos: la pinza con los dedos. Mientras tanto la radio despertador, traidora como pocas, se alió con el Dios de los sueños y atronaba desintonizada, y no hay despertador más cruel que una radio sin emisora. Viendo que la batalla con las sábanas estaba perdida traté al menos de no evidenciar la guerra a mi pareja y a los vecinos. Pero las morcillas que tenía por dedos, después de dibujar un eterno arco, eran incapaces de apretar el botoncito de apagado ¿qué insensible mente diseña los botones de las radio despertadoras? Fueron segundos, quizá un minutos, que se me hicieron eternos. Al fin, con la inestimable ayuda de las rodillas, me libré de la ropa de cama y lancé la mano como una bomba racimo sobre la diabólica máquina. Dejó de sonar, sí, pero ahora tengo sintonizada (cruel penitencia) la COPE, la hora de levantarme son las cuatro y treinta de la mañana y la franja horaria la de Singapur. Eso sí, cuando puse los pies en tierra me sentí afortunado, pese a la zozobra sufrida pensé que Morfeo podría haber sido más cruel, mucho más cruel, porque podía haberme dormido las piernas, y entonces en lugar de escribiendo este artículo hubiera terminado en urgencias para suturarme la frente. Así que tiré para adelante, por no darle ideas, sin más, con silenciosa dignidad, camino de la ducha y recuperando el poder sobre mis extremidades.
13 de diciembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario