La mayoría de las palabras basan su poderío en el significado. Por lo bueno o por lo malo: vida, felicidad, amor, ternura, futuro, ilusión, alegría, risa...y también, claro, muerte, dolor, pena, tristeza, daño. Todas, salvo que una confabulación literariay metafórica las arrope, son poderosas por la fuerza intrínseca de su contenido, de su significado. En cambio hay otras que, sin un significado claro, gozan de un poder en la praxis muy sutil y valioso. El mejor ejemplo son los adverbios y sus hermanas las conjunciones. A ellos les da igual con quien estén, porque su trabajo consiste en cambiar las cosas, son los gruñones del lenguaje. Son ese amigo que si tu dices cerveza él dice vino. Si tu dices cine él teatro. "Pero" es mi favorito. Se utiliza mucho para las falsas esperanzas. "Tu hijo es un gran músico pero..." lo que va después es la realidad, así que "pero" representa la verdad. La primera parte de la frase es la vaselina y el "pero" lo que finalmente entra. "Te quiero pero..." "eres un candidato perfecto para el puesto, pero..." Ahora, siendo justos "pero" no debe ser siempre tomado como un impostor, o como un cruel verificador de realidades. También puede conjuntarnos buenas noticias: "estaba muy difícil pero...", "jamás pensé que lo fuera a conseguir pero..." En fin, un poder de lo más sutil. Y éste de hoy me parecía, a priori, un buen artículo, pero...
15 de noviembre de 2011
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