Somos egoístas en general, y con el dolor ajeno en particular. Y no me refiero a que no sentimos el dolor lejano y desconocido como nuestro, que eso más bien nos permite seguir "viviendo", sino que, como mínimo, cuando vemos el dolor en la casa de al lado, por dentro, hay una pequeña sensación de alivio. Y eso es egoísmo, instinto también, porque ese "menos mal que no nos ha tocado" es pura supervivencia. Pero yo voy algo más racional, más contemporáneo. Es como el viejo chiste de vaya día que llevamos, a ti se te muere la abuela y yo no encuentro el móvil. Sin ser tan macabro. Con el coche. Operación salida, primeros kilómetros con sorprendente fluidez. Pum, luces de emergencia, comienza el atasco. Madre mía, la que nos espera, si acabamos de salir. Niños, tomadlo con calma que esto va para largo. Dos kilómetros después descubrimos que no es el atasco de salida, sino tres coches que han colisionado. No hay heridos más allá de paragolpes y faros y sobre todo algún seguro a terceros. Y alivio. Sí, alivio, menos mal que ha sido por un golpe. Nos sentimos mejor, pese al marrón de cristales, partes y talleres que quedaba tras nosotros, al saber que el atasco era por un par de coches abollados. Lo dicho, puro egoísmo.
2 de noviembre de 2011
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