Le hemos comprado un bajo eléctrico a nuestro hijo. Papa Noel no se lo pudo traer, ni los reyes, porque no tienen ni idea de instrumentos musicales. Nos recomendaron una tienda online, busqué un paquete a buen precio y pregunté a las tiendas de la ciudad. Al fina en Bosco me hacían el mismo, así que allá que fui. El pack incluye el bajo y un amplificador, entre otros detalles, todo en la misma caja, con asa, por suerte. La calle de la tienda es de un solo carril, con coches en línea a la izquierda y en batería donde yo aparqué. Muy justito. Empezaba a chispear cuando salía con aquella enorme caja, que más parecía un mafioso que llevara al chivato descuartizado que otra cosa. Iba sólo en el coche así que ni corto ni perezoso abrí el maletero y traté de meterlo. No había forma, los reposacabezas y el techo no estaban por la labor. Vale. Lo desmonto y lo meto por partes, es lo mejor. Traté de sacarlo, pero tampoco, oiga, la caja le había pillado cariño al coche y ahí se quedaba. Y yo con cara de tonto. Con medio cuerpo del chivato, digo del bajo, fuera y otro medio dentro y una tenaz e insensible lluvia de compañera, comprendí que debía echar los asientos para adelante o no habría manera. El problema era la silla del peque, también había que quitarla. Por su lado imposible, mi cuerpecito de 90 kilos no podía contorsionarse lo suficiente, lo hice a duras penas por el otro ¿Quién inventó las sillas de bebé? La madre que lo parió, lo difícil que es sacar el cinturón de algunas cuando se mide casi uno noventa. A todo esto escuchaba las gotas sobre la caja y los coches pitar por aquella prominencia invadiendo el carril. Cuando por fin logré liberar la silla me di cuenta de que era imposible sacarla. Por las puertas no había sitio y por el maletero había una caja de bajo esperando. Comprendí entonces que las tardes de Tetris iban a tener por fin su rédito, no me preguntéis como pero logré meter la silla de bebé por entre los asientos delanteros, encajada a saber cómo, y pude por fin, reclinar los asientos. Entonces, no sin cierta dificultad todavía, la dichosa caja entró al completo. Entre la lluvia y los restregones que me había dado con el coche parecía un minero con taquicardia al final de su jornada laboral. Pero ya estaba. Bueno, no del todo, tenía una silla cruzada, a modo de barricada de manifestación, en mi asiento. Como no podía llamar a los antidisturbios, entre otras cosas porque no preguntan antes de pegar así que la primera toña me la iba a llevar yo, con medio cuerpo fuera, otra vez como la canción popular del balcón, me las vi y me las desee para deshacer el tetris y llevar de nuevo la silla a los no asientos traseros. Cuando por fin puse el coche en marcha pensé que en un momento del trayecto aquello reventaría y saldría el bajo por la ventana, el ampli por el portón trasero y la silla por el parabrisas.
Se me hizo largo el camino. Muy largo. Y no por la incómoda conducción, sino por las ganas que tenía de llegar a casa y preparar la sorpresa. Tanto que me di cuenta de que debe de ser muy, muy difícil y se debe tener la cabeza muy amueblada para, siendo rico, no colmar a tus hijos con todos los caprichos imaginables.
Se me hizo largo el camino. Muy largo. Y no por la incómoda conducción, sino por las ganas que tenía de llegar a casa y preparar la sorpresa. Tanto que me di cuenta de que debe de ser muy, muy difícil y se debe tener la cabeza muy amueblada para, siendo rico, no colmar a tus hijos con todos los caprichos imaginables.
¿Sabéis una cosa? Todo, absolutamente todo, mereció la pena cuando vi la cara de mi hijo al entrar a casa y encontrarse con el bajo en el salón, intacto, por suerte, esperando...todo mereció la pena.
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