Pues nada, que el trece ya está aquí. Como todos los años nos da, no tanto por hacer balance del anterior, que siendo tan rajoniano más nos vale, como tirarno por los buenos propósitos para el año en ciernes. Mi año no ha sido malo, sigo enamorado, mis hijos tienen salud y nosotros trabajo ¿Soy conformista? Pues tal vez, pero tal y como está el patio, me siento el tipo más afortunado de la tierra. Me he sentado en los cuarenta con la inercia de la decandencia empujándome en el culo en forma de dolor de espalda y aunque hay pistoleros que parecen tenerme manía, los pedales me van a servir para no rendirme ante la evidencia. Me he propuesto terminar en mejor forma el año que ahora empieza. Para ello necesito mucha ayuda (la cobertura familiar es indispensable), perder dos kilos (que culminarían el proyecto -15=90 inciado en el 2009 y del que me quedan dos pasitos) y llegar a los 2.500 km ciclistas. Puesto así no sé lo que os parece, pero yo he hecho la cuenta y me parece un reto para el que hacen falta un par de pedales. Porque son casi 50 km a la semana. Es decir, todas, todas, todas las semanas hay que hacerse medio centenar y si fallas, para compensar, el centenar entero la siguiente. Si no hay lesiones, si no hay cambios inesperados en los horarios, es un reto difícil pero no imposible. Ahí está la gracia de los retos ¿verdad? De momento no hemos empezado con muy bien pie. Hoy es festivo. Y no he salido ¿por qué? Pues porque ayer salí a una tienda con mi amigo Gus y sus bicis a comprar algo de cerveza con lo que aderezar la cena y llegué, después de menos de diez minutos de pedaleo, con los dedos atheridos de frío. Al llegar a la cama, calentitos y bien abrazados mi pareja me miró con ojos de gatita triste...y le dije, vale. El resto de la historia no la puedo contar, salvo que esta mañana la bici no ha salido del trastero. Ya habrá tiempo para los 2.500...eso espero.
7 de enero de 2013
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