Ayer murió un ser vivo en casa. Hasta ahora, cuando esto había ocurrido, siempre era previo juicio sumarísimo, en el que el fiscal presentaba su alegato (la mierda el bicho de las...) y las pruebas, en forma de habones, eran irrefutables. La sentencia se ejecutaba por el medio del zapatillazo si se trataba de un juicio expres, o por gases letales si se celebraba en ausencia del acusado. Pero ayer ocurrió de la forma más imprevista. Teníamos una preciosa planta (regalada) que por su especial delicadeza (y hermosura) le habíamos buscado un hueco en casa para indultarla del frío. Quizá la luz, quizá la tristeza de separarse de sus hermanas de la terraza. El caso es que andaba tristona. La pena tal vez, debió impulsar a alguien de la familia a aplicarle la eutanasia activa. Ocurrió en la cena. Falta un plato, voy yo a por esto, tú a por aquello...sentados todos en la mesa sonó crac y no le dimos importancia. Hasta que salí al recibidor y la vi: el tronco partido, todas las ramas por encima del corte, bastante feo. La gravedad ejerciendo de guillotina. Estaba mal, pero no para tanto. Así que a modo de Jessica Flecher de noventa kilos interrogué a los pequeños. En menos de dos segundos un "ha sido sin querer" dio con el culpable. Lo reconozco, me dolió mucho, mucho, tirar la planta a la basura. Ahora su cadaver está en la terraza, el macetero esperando en primavera recibir un nuevo inquilino y el "culpable" durmiendo plácidamente con la lección aprendida.
1 de febrero de 2012
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