DESGRACIADOS:
Tenía un artículo previsto para hoy. No es que fuera el colmo de la alegría, pero bueno. De verdad que lo intento, intento hacer, al menos de vez en cuando, de este rincón una oda al chascarrillo y la ironía, pero es que la realidad me arrolla. Mientras hacía ejercicio (estoy pensando cambiar de rutina) las noticias han lanzado otro zarpazo: un niño de cinco años acuchillado por su padre para hacer daño, el máximo que un ser humano puede infringirle a otro, a su madre. Nos conocemos, no tengo que fingir, ni venderme, tenemos una edad ya para fachadas inútiles. Pero estas noticias, justo estas más que ninguna otra, me hacen daño físico. Siento como mi cuerpo se estremece, como el corazón da un latido impar, como el estómago se retuerce, como los músculos de la mandíbula se tensan y los dientes se juntan tanto que temo se me desprenda alguna pieza. Me cuesta respirar y nada tiene que ver con los pedaleos. Me acongoja, me comprime, me hunde, me paraliza. Y no lo entiendo. No sé si merece la pena hacerlo, porque la comprensión no va a rebajar mi dolor y, lo que es más importante, no se lo va a quitar a la madre ni va a devolver a la vida al pequeño. Estos desgraciados me superan. Y no sé qué tenemos (debemos no, tenemos, en modo imperativo) que hacer como sociedad, pero este año ya son 5 los niños muertos en manos de los desgraciados de sus padres para hacer daño a las madres. Me cago en todo lo cagable, sabiendo que el dolor no remite, pero es que no puedo evitarlo...
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