19 de marzo de 2024

LA PARTE DÉBIL:

Si tú, yo y sobre todo cualquier persona con responsabilidad en la seguridad, se encontrara con alguien erguido en la barandilla de un puente, con la intención de lanzarse al vacío, estoy seguro que, en la medida de sus posibilidades y conocimientos, tratará, contra la propia voluntad del suicida, incluso si es mayor de edad, evitar que se quite la vida. No tengo la más mínima duda. Por sentido común e incluso, dependiendo de las circunstancias particulares, por profesionalidad. Porque la sociedad, en su conjunto, debe tratar de proteger la seguridad de todos sus integrantes, independientemente de sus circunstancias particulares, y no debe permitir que nadie haga daño, ni tampoco se haga daño a sí mismo. Por eso, siguiendo esta lógica, creo que las instituciones competentes deben darle una vuelta al asunto del régimen de visita de los maltratadores para con sus hijos. Usemos el último y lacerante caso de la violencia vicaria para impulsar un cambio que las circunstancias están pidiendo a gritos. Da igual que la madre considere que el padre puede cambiar, que tiene derecho a ver a sus hijos, que tenga miedo, que tenga pena, igual que un suicida al borde del precipicio, puede no ser consciente de sus propias circunstancias y del peligro de ese maltratador para con ella y, sobre todo, para con sus hijos. No importa la opinión de la maltratada, perdonad la crudeza, prima su seguridad y la de sus hijos. Y considero muy, muy importante terminar con una verdad que yo convierto en axioma y me gustaría, e incluso espero, que asuma la sociedad al completo, como primer paso al cambio definitivo: ningún maltratador puede ser buen padre. Ninguno. Jamás. Nunca. Y para este principio en ningún caso habrá excepciones. 

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