Más que un 0-5 de tu eterno rival. Más que si a tu director de cine favorito le diera por el musical en su última película. Más que unas flores desconocidas recibidas por tu pareja. Más que el mal final de una saga. Más que una patada en las pelotas...más que todo eso duele el primer arañazo, sobre todo si es en tu flamante primer coche nuevo. Lo ves y se te parte el alma en millones de trozos metalizados. Te chupas el dedo como una especie de Mary Poppins de teletienda y lo pasas sobre él con la esperanza de que tu saliva tenga la virtud de descomponer las partículas de pintura, incluso darles vida para que ocupen a la raya invasora con su tinte. Durante un instante crees que lo has logrado, mientras la humedad ocupa el espacio yermo y lo oscurece crees que el milagro es posible, pero a los pocos segundos, esa diminta espada láser clavada en tu retina renace de sus cenizas con más fuerza si cabe. Después, pasa el tiempo y logras olvidarlo, incluso llega un momento, tras unos meses, o años si tu seguro es a terceros, en el que el arañazo desaparece por completo. Y no es que tu dedo haya adquirido capacidades mutantes, sino que como llevas el coche como una panadería (llena de "bollos") aquel primogénito alienigena invasor ha pasado a un diminuto plano. Ante tanta evidencia de columnas insidiosas y móviles, aquel rayón pasa a ser intrascendente. Pero durante unos días, o semanas, su luminosidad blanca podía eclipsar toda la belleza metalizada de tu coche nuevo.
7 de octubre de 2011
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