Hay situaciones incómodas por naturaleza. Yo las llamo "silencio de ascensor". En las oficinas grandes los baños suelen ser un lugar de encuentro, y para quienes somos tímidos en los temas de higiene y evacuación, esto puede ser un problema. Y para no caer en la tentación escatológica gore, haré mi versión light del asunto con la higiene bucal. Los baños de una oficina son como la muerte: todo lo igualan. Allí desde el becario al director general van a hacer lo mismo. Da igual tu salario o la importancia de tu desempeño. Es más, hay una teoría todavía no contrariada que dice que cuanto mayor es tu salario menor es el asunto que tienes entre manos en el baño. Ahí lo dejo. El caso es que no sólo tenemos que compartir espacio "bañil" con compañeros con los que la rutina nos ha creado poco menos que un cuadrante, sino que hay que hacerlo con gente de fuera (auditores, por ejemplo) que nada saben de nuestras costumbres. Y ya me diréis, pero a no ser que seas Linda Lovelance hablar con un cepillo de dientes en la boca no es nada fácil ni para dar las buenas tardes. Y sacarlo de la boca no ayuda, porque la pasta formada en tu boca se empeña en salir al primer intento y prefiero no dar detalles de lo que parece eso. Así que intento buscar el momento. Sobre todo para el tema del enjuague, porque si ya con el cepillo es complejo mantener las formas y la educación, removiendo el verdoso líquido y con un saludo gutural nos podemos parecer a nuestros ancestros cavernícolas. Así que me meto en la parte del váter con puerta, y allí resuelvo las diferencias con mi placa. Pero claro, en ese momento puede entrar alguien, yo que sé, a lavarse las manos, y una de dos, o sales a escupir y después saludas con una sonrisa de inmaculada blancura, o esperas que no se alargue. Yo opté por el segundo. Pero se alargó. Y sí, reírse, que sé que lo estáis haciendo, pero cuando uno utiliza enjuague del bueno, del de los hombre, dos minutos con aquel infernal líquido en tu garganta es un martirio. Podía habérmelo tragado, pero estoy seguro de que hubiera dado positivo. Estuve a punto de rendirme y ya cuando el hiperhigiénico auditor consideró que sus manos estaban listas, salí y escupí con ansia el líquido del demonio. La garganta crionizada y con un aliento a menta que se podía sentir en el mismísimo África subsajariana. En fin, la timidez, es lo que tiene.
6 de mayo de 2011
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1 comentario:
Jejeee... Creí que no había nadie peor que yo en estos temas, pero me "alegra" saber que no soy la única "gili" que hace el ridículo (sobre todo en el baño) por vergüenza.
Podría contar mil anécdotas del estilo :D
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