Una vez al año nos ponemos el traje solidario. Mi empresa organiza a nivel mundial un día que llaman el caring day (día de la caridad) y cada sede emplea ese impulso solidario en función de su criterio. Nosotros hemos hecho de todo. Desde acompañar a un museo a un grupo de alumnos deficientes visuales, hasta hacer una recolección de libros y juguetes para una ONG que trabaja en Centroamérica, pasando por una donación masiva de sangre para Cruz Roja. Pero mis favoritos son los proyectos con los abuelos. Me niego a perder esa palabra por ultracorrección política. Abuelos, sí, abuelos. Me recuerda a mis tiempos en la residencia. Algunos dirán que es una forma de limpiarnos la conciencia de la modorra insolidaria del día a día. Puede. El caso es que la ejecución es inmediata, local y sin intermediarios, así que participo. Este año hemos ido, de nuevo, a una residencia a, literalmente, ayudarles en el pequeño huerto, arreglar el campo de petanca y pasar un rato, sobre todo, con ellos.
Muchos compañeros iban con el recelo que da la cuesta abajo de la vida, intentando impermeabilizarse ante la tristeza y algo asustados con las recomendaciones de la directora. Nada que yo no supiera. Y es que los abuelos son muy suyos y no debes ser invasivo. Han perdido en algunos casos las formas y no debemos llevar al terreno personal las respuestas fuera de tono. No las hubo. Ayudamos en el campo de petanca, como ilustra la foto, plantamos girasoles y nos echamos unas partidas de dominó. Y nos reímos. Y escuchamos, mucho. Porque nuestros mayores tienen tanto que contarnos y, encima, suelen tener ganas de hacerlo. Terminamos la fiesta con un bingo espectacular con piedras como fichas. Ya no estoy acostumbrado a los trabajos manuales, así que hoy tengo agujetas y una pequeña ampolla. Sí, agujetas, pero sobre todo en el alma, creo que también las llaman satisfacción.
Muchos compañeros iban con el recelo que da la cuesta abajo de la vida, intentando impermeabilizarse ante la tristeza y algo asustados con las recomendaciones de la directora. Nada que yo no supiera. Y es que los abuelos son muy suyos y no debes ser invasivo. Han perdido en algunos casos las formas y no debemos llevar al terreno personal las respuestas fuera de tono. No las hubo. Ayudamos en el campo de petanca, como ilustra la foto, plantamos girasoles y nos echamos unas partidas de dominó. Y nos reímos. Y escuchamos, mucho. Porque nuestros mayores tienen tanto que contarnos y, encima, suelen tener ganas de hacerlo. Terminamos la fiesta con un bingo espectacular con piedras como fichas. Ya no estoy acostumbrado a los trabajos manuales, así que hoy tengo agujetas y una pequeña ampolla. Sí, agujetas, pero sobre todo en el alma, creo que también las llaman satisfacción.
1 comentario:
Sensible que soy para estos temas, pedí permiso al dueño de las manos para la fotografía...
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