Este fin de semana, en un pequeño rincón cacereño, me tomé un café con Stéphane Hessel. Me lo presentó mi admirado Jose Luis Sampedro. Hessel es un tipo adorable que se acerca al centenar de años con una lucidez brillante, un tipo de rostro alargado y afable, con pronunciadas arrugas llenas de vida, unas nevadas cejas y una media sonrisa cómplice que invita a escuchar. Me habló de las torturas que había sufrido tras la II Guerra Mundial, de los campos de concentración, de Buchenwald, de las veces que logró escapar, me habló de esa Europa valiente y fraternal de la post guerra a la que ahora se afanaba en buscar; de lo que necesita una verdadera democracia para serlo, de como montaron el Consejo de la Resistencia en Londres, de las Naciones Unidas, del miedo a los rojos que alimentó el fascismo y de que entonces era más fácil unificar la lucha porque había un enemigo común, tangible y con bigote. Me habló de los peligros de la indiferencia que surge del ¿para qué va a servir? o el ¿pero quién es el verdadero culpable? De la nausea de Sartre. De la distancia cada vez mayor entre ricos y pobres, de los derechos fundamentales del hombre, de los que fue partícipe, de la no violencia...Yo quise decirle que por fin en España los jóvenes, esos a los que habíamos condenado a la wii y a las redes sociales, habían decidido pacíficamente dar un golpe a la sociedad, un golpe real, alejado de las pantallas táctiles...pero entonces ya me había terminado el libro.
23 de mayo de 2011
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2 comentarios:
¿Donde está el botón de "Me gusta"?
A mí también me gusta. bss
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