Sus manos, preñadas de arrugas y pecas, miles de metáforas de tiempos mejores, reciben el libro temblorosas. La vida se escurre por entre esos surcos, una vida que toca a arrebato pero que cesa con la suavidad con la que la muerte algunas veces regala las despedidas. Sin alardes, sin dramatismos, con la serenidad del deber cumplido. En la portada un título conocido: “Las esquinas del alma”. Habló de ese título con su hijo tantas veces. De las muchas novelas nunca terminadas de su vástago, ésta era la que le despertaba más simpatía. “Tiene fuerza”, le decía para darle ánimos. Pero la vida, esa misma que surca sus manos en forma de riachuelos de piel, es terca. Su hijo jamás logró publicar. En la portada se adivina un paisaje boscoso. Da la vuelta con enorme dificultad. Hay un silencio espeso en la habitación del hospital. Nadie habla, casi ni respiran, esperando, sin más. En la contraportada está la foto de su hijo. Algo más joven, con perilla y el pelo más largo. “En la oficina no me dejan llevarlo largo, papá” se justifica ante la sonrisa picarona. “Hijo…”. No ha dicho nada hasta ahora, pese a los minutos que lleva con el libro en la mano, mitad emoción de ver la primera novela de su hijo, mitad porque reservaba fuerzas, jugándoselo todo a una frase. “Hijo, lo has conseguido…”. Padre e hijo se abrazan con fuerza. No es la novela. O sí. Lo es todo. Es un gracias. Un de nada. Un te lo mereces. Un es por ti. Ese abrazo, que dura largos minutos y al que se unen los demás hijos, y la madre, significa tantas cosas que el silencio es el único lenguaje viable. “Toma, hijo, me pesa mucho…además, ya me leí el manuscrito ¿verdad?”.
Dos días después, las mismas manos que sostenían aquel ejemplar decidieron rendirse de forma definitiva. 90 años de trabajo no son pocos. Se fue en paz, sereno y feliz. Hoy su hijo come con su viejo amigo Igor. No se ven mucho últimamente, y menos con la enfermedad de su padre. Pero su amistad, después de cuarenta años, está a prueba de ritmos vitales.
- Igor, todavía no te he dado las gracias- sobre la mesa, junto a las cervezas, está el libro de la portada boscosa.
- No te preocupes.
- ¿Por qué Javier Marías?- abre inconsciente el libro y lo hojea.
- Pues porque recordé que tu padre no era muy fan, que siempre fue más de J.L.Sampedro ¿verdad? Además, no me gustó mucho en su día.
- ¿Y la portada?
- Bueno, me costó algo más, una caja de botellines y un regalo para el hijo de Ernesto.
- Pues dile que es preciosa. Eso sí, podías haberle dado una foto de este siglo. En la contraportada tengo quince años menos.
- Lo sé, pero era la única que tenía a mano, y ya sabes como es Ernesto, si dejaba pasar el tren lo mismo no nos hacía el encargo, el tiempo apremiaba...Espero que tu padre no se diera cuenta.
- No, murió feliz.
- Me alegro mucho, se lo merecía.
- Sí, se lo merecía.
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