Me ocurría muchas veces, y tiene algo de sana envidia, si es que la envida puede ser sana en alguna de sus variantes. Cuando veía una película buena, salía con ganas de escribir. Mientras el coche o el metro de devolvía a casa echaba de menos el tacto del teclado. Ayer volvió a pasarme con Intocable. Es una película sencilla, sin alardes, basada en un hecho real, contada con elegancia, sin miramientos y mucho sentido del humor. Que una película que tiene como protagonista a un tetrapléjico empiece con el chiste de "ah, ¿no hay brazos? pues no hay galletas" dice mucho de la franqueza con la que se enfrenta al problema de la inmovilidad involuntaria. Es una película, además, donde el amor se impone, porque logra hacernos ver que duele más la ausencia en el alma que la incapacidad para acercarte un vaso y saciar tu sed. Es la historia, como bien define Jordi Revert, de una amistad sin barreras. Una historia integradora porque, con voluntad de hacerlo, se desviste de la pena a la hora de afrontar la incapacidad del protagonista, y es esa ausencia de pena, y el humor con el que los protagonistas se enfrentan a las duras evidencias de una silla de ruedas, el motor que da alas a una película inteligente y divertida, muy divertida. Cine francés del bueno. Una película de esas que, cuando abandonas la sala, te entran ganas de escribir.
4 de abril de 2012
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1 comentario:
Completamente de acuerdo. Ayer al ví y aunque yo no suelo escribir me entraron ganas de vivir la vida con más intensidad.
Película altamente recomendable.
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