Después de 120 minutos de partido, que no necesariamente de fútbol, y una tanda de penaltis, me quedé, derrotado, en el sofá unos minutos. Soy un merengue garrafón, no lo niego, pero tengo mi corazoncito y, además, a mi hijo mayor le hacía especial ilusión que repitiéramos en casa la fiesta de la final del mundial. Así que a mí también. No será este año, hijo. Después me fui a la cama donde me esperaba mi pareja, que os puedo asegurar tiene las piernas más bonitas que las de Ronaldo. Porque la vida sigue. A la mañana siguiente nuestros hijos se levantaron y como solo tienen permiso para ver la primera parte, lo hicieron con la pregunta "ganó el Madrid ¿verdad?". Su madre les explicó que no. Mi hijo mayor se fue a desayunar al salón, descolocado, triste, llorando. Pero no un llando infantil, no una pataleta, sino lagrimones de sincera tristeza. No lo podía entender, no podía entender cómo el Madrid no había logrado ganar, y encima Ronaldo fallando un panlti. Su madre le explicó que en el deporte, como en la vida, unas veces se gana y otras se pierde, que lo que importa de verdad es intentarlo y creer que lo puedes conseguir. Y que, además, hasta los mejores fallan alguna vez, ¡cómo no vas a fallar tú, hijo! Así que la derrota del Madrid tuvo su lado educativo, la aprovechamos para enseñarle la filosofía deportiva y vital que creemos es la esencia de nuestra forma de verla. Pero claro, yo me pregunto, para esta meta, para este objetivo ¿no nos hubiera bastado con el penalti fallado por Messi? En fin, todo sea por el futuro de nuestros hijos.
27 de abril de 2012
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