Hoy vamos de cuento.
EL SUEÑO:
Cuando
recordamos algo lo adornamos rellenando, con cierta aquiescencia, los huecos a
los que no llega la luz de la memoria. No hay autobiografía más cruel que la
propia realidad, y los recuerdos son como pequeñas cápsulas autobiográficas. He
recordado tantas veces aquel momento, que no sé si las gafas blancas de pasta
son realidad, o sueño; si el escote en el que me perdí, legítimamente, por última
vez era un jersey de cuello vuelto de esos que gustaba llevar en invierno. Tampoco
recuerdo si fue en verdad en el rincón de siempre de nuestro bar favorito; ni
si fue ella quien me citó, o quedamos por pura rutina; tampoco sé por qué no
hablamos en casa. No sé si ella estaba tan triste como lo recuerdo, o eso lo
utilizo como escudo para remitir un dolor que no es finito, como todo lo que es
principio y fin. Recuerdo sus palabras ¿o también las he almidonado? Que me
seguía queriendo, que no era por mí. Unas veces ruego que no me abandone, otras
me enfado, y no se cual de ellas es ficción y cual fantasía. Lo que sí recuerdo
siempre con la misma nitidez es el momento en el que ella se levantó y abandonó
con paso firme nuestro bar de siempre. Segundos después de que la calle me la
robara de forma definitiva, mi corazón decidió salirse del pecho, un pecho que,
al parecer, no consideraba un lugar digno para claudicar. Lo vi ahí, a unos
metros de mí, rendir las naves, unos segundos antes de que el camarero, con la
cara desencajada, se acercara, gritando ¡un médico! Claro, todo esto no sé si
fue así, o si incluso ni si fue, porque desconozco si los fantasmas podemos
soñar.
Me apetece, además, compartir la estrofa de la novela "Días sin ti" de Elvira Sastre, responsable directa de la inspiración:
"Dora decía que los recuerdos no son más que sueños en el pasado, pruebas de otras vidas que no nos atrevimos a vivir. He vuelto tantas veces a aquel instante que temo que no sea cierto..."
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