Si fuera creyente hoy mismo podría dar pruebas fehacientes de la veracidad de mi fe. Me refiero creer en algo como, por ejemplo, los sueños. Hay personas que al interpretar los sueños dan un paso más allá, para mí al vacío de la ignorancia (y perdón por la arrogancia), creyendo que son premonitorios. Es decir, vaticinan, adivinan, anticipan. Pues si yo fuera de ellos hoy estaría dando un golpe en la mesa diciendo ¿ves? es verdad. Esta noche he soñado que no me arrancaba el coche. No ha sido un sueño ni largo ni claro, algo difuso, quizá una parte de un todo más aglomerado del que solo trasciende, por ahora, ese detalle. Pues bueno, esta mañana, como siempre a las primeras luces del día, iba yo con mi rutina de siempre, he dejado el maletín de copiloto, la bolsa del gimnasio en el maletero, la llave en su lugar y, ups, el alfita que reclama su dosis de protagonismo. Bueno, otro intento, algunas veces...pero nada, no ha habido forma. La batería ha dicho yo me bajo en esta ¿y usted? O eso espero. Así que, ahí está la prueba: el sueño era premonitorio. Claro, que la parte racional ya ha tirado de refranero y me ha recordado que tanto va el sueño a la fuente que al final se comvierte en cántaro. Es decir, como el coche me ha dado tantos problemas es uno de mis quebraderos de cabeza habituales, y eso redunda en el guionista de mis sueños, que es muy sensible a mis preocupaciones. Así que los he soñado de todos los colores, ruedas que desaparecen o que se pinchan, direcciones que no funcionan, baterías que se agotan (como hoy), controladores que se vuelven locos, ladrones insensatos que me dejan en calzoncillos en lo que ha movilidad se refiere...en fin, que raro es el mes que no cae algún sueñecito de marras. Así que era cuestión de matemáticas que la coincidencia transformara la preocupación en premonición ¿Para qué queremos más?
13 de julio de 2011
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